Los dos volúmenes del "Conde de Montecristo" y su secuela "La Mano del Muerto" |
La secuela siempre es maligna.
Tras un accidente, la secuela que le queda al accidentado suele ser fatal. En literatura, la secuela es la peor acción
que se puede hacer contra un autor,
aunque su “secuelador” lo admire. Es la mediocridad de los “seguidores”, que no
se atreven a ser ellos mismos y necesitan al mito, al admirado, para
autoreafirmarse. Es la profanación de una obra en su estado puro. Dar
continuidad a historias cerradas en sí mismas es una indignidad. Una vergüenza. Una
infamia para el autor original. Además, toda secuela suele ser un robo en
metálico cometido a veces por editores desalmados, que ocultan al autor de “la continuidad”,
enmascarándolo a veces como si fuera el autor de la obra original, todo por un
afán de lucro y crematístico.
Para los puristas de la literatura hay que evitar todo tipo de secuelas literarias. Denunciarlas. Las obras, dicen, son cuerpos cerrados en sí mismo. Cervantes, manco por una secuela de un accidente en Lepanto, lo tenía claro, y cuando se enteró que su Quijote, había generado una secuela, producida por una tal Avellaneda, decidió extirpar el peligro de raíz y escribió una segunda parte de su Ingenioso Hidalgo, aún más magnífica que la primera, para matarla y dejar claro, que su obra nacía y finalizaba en sí misma.
Hoy voy hablar de la secuela más curiosa producida en el negocio literario del siglo XIX. He descubierto en el diván del sótano de la torre un enorme grupo de libros. Entre ellos se encontraban los dos tomos del Conde de Montecristo y a su lado otro, una secuela, firmado subterfugiadamente por Alejandro Dumas (sic), titulada La Mano del Muerto. Está editada en Barcelona, por Juan Pons, en el año 1889, en la colección “Biblioteca Hispano-Americana”.
Durante décadas se creyó, o se quiso creer, que la autoría de este libro era o había superado en la factoria de folletines de los Dumas, la supervisión del hijo de general mulato napoleónico y nieto de esclava dominicana, Alejandro Dumas, y así se vendió este "mano del muerto" en los mercados hispanos, como la tercera parte y la conclusión adecuada de la inmoral obra del quarterón Alejandro.
He tenido la paciencia de leerla, y a pesar de que nada tiene que ver, por estilo y calidad, con los dos primeros tomos del Conde de Montecristo, he de reconocer que esta secuela, tiene más intención de lo que pudiera aparentar.
Su autor, ahora se ha descubierto, -o se ha reiventado para hacer más justificable la obra de Dumas-, es un tal Alfredo Possolo Hogan. Dicen que fue un funcionario de correos de Lisboa de mediados del siglo XIX, coetáneo a Dumas, a quien admiraba empedernidamente, y un seguidor de la cultura romántica francesa, que digirió mal y vomitó peor.
La Mano del Muerto es un truculento novelón, que salió de la pluma de este lisboeta afrancesado con una intención muy clara, tal como deduzco tras su lectura: en no dejar impune, en la conciencia de los lectores de Dumas, las atrocidades y la inmoralidad del protagonista del Conde de Montecristo. El tufillo moralizante y neocatólico transpira por doquier.
Y he aquí su auténtica valía. Su desfachatez. Es una obra premeditada. Con una voluntad clarísima de manipulación. De tergiversar la obra maestra de un autor colosal. Este atrevimiento, sin duda, indigno, lo hacen ahora atractivo, en una sociedad post cultural y post moderna.
Possolo, oscuro y anónimo escritor de esta tercera parte del Conde de Montecristo, sin duda agente moralizador financiado por los más retrógrados paladines del tradicionalismo del momento, cuando escribió este folletón quiso demostrar que la venganza inhumana, tal como se nos describe en el Conde de Montecristo, no puede ser patrimonio humano, ya que solo los dioses pueden ser rencorosos, vengativos y crueles.
Bajo esta tesis Possolo nos transporta en su novelón en un viaje frenético en la búsqueda del engreído y millonario Edmond Dantes para matarlo y vengar así las matanzas que este hizo contra quienes promovieron su cautiverio. Y en este recorrido en buscar la muerte de Dantes, Possolo nos hace disfrutar y divertir de las ocurrencias que transpira su narración, lleno de ingenuidades, descripciones de burgueses ahuecados, inocentes alcahuetas de ópera, goticismo, escenarios depravantes, e ingenuidades morales de la época. Además es una perfecta guía turística decimonónica, con descripciones de las islas de la Toscana, de la Roma de antes de la unificación italiana, de la mitificada Venecia, de Marsella y el barrio de los Catalanes, en definitiva un divertimento grato, simple y ameno, digno del mejor circo literario.
Leyendo este libro, he comprobado como muchos de los llamados grandes novelistas de hoy, encumbrados en una gloria comercial, y por lo tanto efímera, no superan en estilo, vivacidad, simplicidad y ritmo a este marmotreto de Possolo, cosa que éste, en un claro insulto a la inteligencia, logra atrapar al lector, a pesar de sus astracanadas, hasta llegar al patético y ridículo final del libro.
Con todo, vale la pena perder el tiempo con esta secuela. Por lo exagerada, desenfrenada, e increíble que resulta. Eso, claro está, si te gusta el vicio de leer, por que sino….
Otras secuelas del Conde de Montecristo
Dar continuidad a la obra de Dumas debió ser un negocio seguro. De aquí la cantidad de secuelas que surgieron tras este “best seller” de la época que fue el Conde de Montecristo, entre ellas:
"Edmundo Dantes" (Edmond Dantes) (1849) de George W. Noble
"La Mano del Muerto" (A Mão Do Finado) (1854) de Alfredo Possolo Hogan
"Las Hijas de Montecristo" (Les filles de Monte-Cristo)(1876) de Charles Testut
"El Hijo de Montecristo" (Le Fils de Monte-Cristo)(1881) de Jules Lermina
"Montecristo y su Esposa" (Monte Cristo and his wife)(1884) de Jacob Ralph Abarbanell
"El Tesoro de Montecristo" (Le Trésor de Monte-Cristo)(1885) de Jules Lermina
"Edmundo Dantes" (Edmond Dantes)(1885) de Edmund Flagg
"La Hija de Montecristo" (Monte-Cristo’s daughter)(1886) de Edmund Flagg
“La condesa de Montecristo” de J. du Boys (1889)
Para los puristas de la literatura hay que evitar todo tipo de secuelas literarias. Denunciarlas. Las obras, dicen, son cuerpos cerrados en sí mismo. Cervantes, manco por una secuela de un accidente en Lepanto, lo tenía claro, y cuando se enteró que su Quijote, había generado una secuela, producida por una tal Avellaneda, decidió extirpar el peligro de raíz y escribió una segunda parte de su Ingenioso Hidalgo, aún más magnífica que la primera, para matarla y dejar claro, que su obra nacía y finalizaba en sí misma.
Hoy voy hablar de la secuela más curiosa producida en el negocio literario del siglo XIX. He descubierto en el diván del sótano de la torre un enorme grupo de libros. Entre ellos se encontraban los dos tomos del Conde de Montecristo y a su lado otro, una secuela, firmado subterfugiadamente por Alejandro Dumas (sic), titulada La Mano del Muerto. Está editada en Barcelona, por Juan Pons, en el año 1889, en la colección “Biblioteca Hispano-Americana”.
Durante décadas se creyó, o se quiso creer, que la autoría de este libro era o había superado en la factoria de folletines de los Dumas, la supervisión del hijo de general mulato napoleónico y nieto de esclava dominicana, Alejandro Dumas, y así se vendió este "mano del muerto" en los mercados hispanos, como la tercera parte y la conclusión adecuada de la inmoral obra del quarterón Alejandro.
He tenido la paciencia de leerla, y a pesar de que nada tiene que ver, por estilo y calidad, con los dos primeros tomos del Conde de Montecristo, he de reconocer que esta secuela, tiene más intención de lo que pudiera aparentar.
Su autor, ahora se ha descubierto, -o se ha reiventado para hacer más justificable la obra de Dumas-, es un tal Alfredo Possolo Hogan. Dicen que fue un funcionario de correos de Lisboa de mediados del siglo XIX, coetáneo a Dumas, a quien admiraba empedernidamente, y un seguidor de la cultura romántica francesa, que digirió mal y vomitó peor.
La Mano del Muerto es un truculento novelón, que salió de la pluma de este lisboeta afrancesado con una intención muy clara, tal como deduzco tras su lectura: en no dejar impune, en la conciencia de los lectores de Dumas, las atrocidades y la inmoralidad del protagonista del Conde de Montecristo. El tufillo moralizante y neocatólico transpira por doquier.
Y he aquí su auténtica valía. Su desfachatez. Es una obra premeditada. Con una voluntad clarísima de manipulación. De tergiversar la obra maestra de un autor colosal. Este atrevimiento, sin duda, indigno, lo hacen ahora atractivo, en una sociedad post cultural y post moderna.
Possolo, oscuro y anónimo escritor de esta tercera parte del Conde de Montecristo, sin duda agente moralizador financiado por los más retrógrados paladines del tradicionalismo del momento, cuando escribió este folletón quiso demostrar que la venganza inhumana, tal como se nos describe en el Conde de Montecristo, no puede ser patrimonio humano, ya que solo los dioses pueden ser rencorosos, vengativos y crueles.
Bajo esta tesis Possolo nos transporta en su novelón en un viaje frenético en la búsqueda del engreído y millonario Edmond Dantes para matarlo y vengar así las matanzas que este hizo contra quienes promovieron su cautiverio. Y en este recorrido en buscar la muerte de Dantes, Possolo nos hace disfrutar y divertir de las ocurrencias que transpira su narración, lleno de ingenuidades, descripciones de burgueses ahuecados, inocentes alcahuetas de ópera, goticismo, escenarios depravantes, e ingenuidades morales de la época. Además es una perfecta guía turística decimonónica, con descripciones de las islas de la Toscana, de la Roma de antes de la unificación italiana, de la mitificada Venecia, de Marsella y el barrio de los Catalanes, en definitiva un divertimento grato, simple y ameno, digno del mejor circo literario.
Leyendo este libro, he comprobado como muchos de los llamados grandes novelistas de hoy, encumbrados en una gloria comercial, y por lo tanto efímera, no superan en estilo, vivacidad, simplicidad y ritmo a este marmotreto de Possolo, cosa que éste, en un claro insulto a la inteligencia, logra atrapar al lector, a pesar de sus astracanadas, hasta llegar al patético y ridículo final del libro.
Con todo, vale la pena perder el tiempo con esta secuela. Por lo exagerada, desenfrenada, e increíble que resulta. Eso, claro está, si te gusta el vicio de leer, por que sino….
Otras secuelas del Conde de Montecristo
Dar continuidad a la obra de Dumas debió ser un negocio seguro. De aquí la cantidad de secuelas que surgieron tras este “best seller” de la época que fue el Conde de Montecristo, entre ellas:
"Edmundo Dantes" (Edmond Dantes) (1849) de George W. Noble
"La Mano del Muerto" (A Mão Do Finado) (1854) de Alfredo Possolo Hogan
"Las Hijas de Montecristo" (Les filles de Monte-Cristo)(1876) de Charles Testut
"El Hijo de Montecristo" (Le Fils de Monte-Cristo)(1881) de Jules Lermina
"Montecristo y su Esposa" (Monte Cristo and his wife)(1884) de Jacob Ralph Abarbanell
"El Tesoro de Montecristo" (Le Trésor de Monte-Cristo)(1885) de Jules Lermina
"Edmundo Dantes" (Edmond Dantes)(1885) de Edmund Flagg
"La Hija de Montecristo" (Monte-Cristo’s daughter)(1886) de Edmund Flagg
“La condesa de Montecristo” de J. du Boys (1889)