viernes, 31 de agosto de 2012

‘Prosodia’ de Emanuel Alvarez



Estaba perdido en la ‘biblio’ del caserón de ‘veraneo’ de mi abuelo. Lo he rescatado por casualidad. Creo que es el más viejo que tenía el ‘viejo’ en su desordenada biblioteca. Desconozco como debió llegar allí este librito, ni como lo consiguió. Nunca tuvimos oportunidad de comentarlo. No sé por qué lo tenía. Pero estaba allí, estrujado entre dos tomos de Descartes. Como si quisiera estar protegido, en su paso por el tiempo, dentro de la razón cartesiana.

Es un librito de pedagogía. Se llama ‘Prosodia’. Una reliquia. No por lo que dice, ni por su contenido, sino por el cómo se ha conservado. Su autor debió ser un maestro de gramática parda, un tal Emanuel Alvarez. Tocayo del fotógrafo mexicano que vivió con Eisenstein y Buñuel, en sus éxodos americanos. Pero no. Es de  un jesuita portugués, nacido en la isla de Madeira, al servicio jesuítico del imperio español de los Austrias. Un rescate que realizo, no por el contenido del libro, muy académico, escolar y pedagógico, sino -como digo-, por el valor bibliográfico que representa. Está impreso por la Universidad de Cervera, por un tal Manuel Ibarra, lo que me hace pensar que debió ser publicado durante los primeros años del siglo XVIII, cuando los Borbones se entrometieron en España.


jueves, 23 de agosto de 2012

El libro caligráfico de José Osés



Hemos encontrado un libro en el subsuelo más profundo.  Se titula ‘Grandezas de la Vida Humana’. Nos ha sorprendido, por lo inaudito que representaría hoy un libro de esta clase y suponemos que también sorprendió en su época. Anacrónico y algo ultramontano, revela la paranoica obsesión de su autor por la conservación de lo más trasnochado.

Se trata de la obra de un oscuro maestro nacional de las escuelas de Barcelona de comienzos del siglo XX. Su nombre José Osés Larumbe, un enquistado pedagogo que se puso en contra de todo el ‘staus quo’ de la ciudadanía barcelonesa de su época, progresista, liberal, libertaria, cosmopolita y que cuando se instauró en el año 1932 el Estatuto Republicano de Catalunya se atrevió a decir que ‘La nación catalana no ha existido nunca’, y publicó un libelo defendiendo esta tesis. No vamos a hablar de ese folletón, de unas 35 paginas, sino del libro que hizo como maestro y pedagogo, para la lectura de los alumnos que cursaban los entonces “grados cuarto y sucesivos”.

En su convencimiento de que los alumnos tenían que aprender a leer en cualquier tipo de tipografía, elaboró un libro, verdaderamente excéntrico, editado por una imprenta con sede en la calle Fernando, numero 43 de Barcelona, la Imp. Hijo de Roca y Bros, de textos para lectura, escrito con letra manuscrita. La temática de los textos es de lo más variado, el propio autor dice que “son textos enciclopédicos y amenos, para estimular el intelecto al posible alumno lector”.

Dejando a parte su contenido ideológico, hoy veo esta publicación como un auténtico testimonio de la caligrafía al uso en tiempos pasados y que vale la pena recrearse. Es un libro de “caligrafía editada”. Una reminiscencia de lo que es “el arte de escribir con letra bella y correctamente ejecutada”, tal como define el Diccionario de la Real Academia Española.

En el libro vemos y podemos analizar el carácter de este ‘escribidor’ empleando a voluntad  las distintas variantes de caligrafía latina, desde la gótica más clásica como la textura, a la rotunda, la bastarda, la itálica, la redondilla inglesa, o la cursiva española.

Por descontado este personaje tuvo en su contra a toda la inteligencia del ámbito de la enseñanza del momento, desde sus colegas más integrados con el sistema educacional de la época, a los más contestatarios y transgresores de los métodos de enseñanza, en una ciudad donde se experimentaron muchos y variados sistemas de Educación.

Un retrogrado que vale la pena conocer. Si no más, para comprobar como se escribía con pluma o lápiz carboncillo, sobre un trozo de papel. Es decir, caligráficamente. Un arte que en Occidente se está perdiendo. Escribir bellamente letra sobre letra puede hoy resultar anticuado, cuando la tecnología del teclado se ha impuesto en toda la enseñanza. Pero sin duda, queda como una expresión artística y de disciplina creativa. Aunque muchos crean que pensar en ello es anacrónico.