Ya nadie piensa ya en ella. Pero
durante gran parte del siglo XX fue la esperanza de muchos. La salvación roja
era la utopía de desclasados, explotados, oprimidos y un joven editor
madrileño, Juan Bautista Bergua, abogado,
escritor, idealista, republicano, romántico, creía firmemente en los años
treinta en la revolución comunista, como metástasis liberadora de España. En el
año 1931 editó un libro, ahora totalmente subterráneo, “La Salvación Roja”, y su éxito, le animó a escribir y publicar un “Catecismo Comunista” para hacer pedagogía
y sentar las bases para instaurar una república comunista en España. Era un
admirador de la obra de Marx y Engels, pero veía que el pueblo llano en España, entonces aún en gran
parte analfabeto, nunca podría entender lo que estos ideólogos habían escrito
para intelectuales y economistas si no se trasladaban sus ideas con palabras
simples y comprensibles.
A pesar de su apego al ideal
comunista, desde sus principios fue un heterodoxo marxista, que coqueteó con la
intelectualidad de la época, tanto la burguesa liberal, como la socialista y
con núcleos anarquistas y utópicos libertarios de la década de los años 30.
Sus libros editados bajo la fórmula
de libros de bajo coste, tuvieron un éxito de ventas inusitado. Fue tanta la
demanda de la “Salvación Roja”, (1931)
que tras su edición decidió publicar (febrero de 1932) su pequeño “Catecismo Comunista”, de 32 páginas, donde
insertó en la última hoja una invitación para afiliarse a un posible Partido
Comunista Libre (PCL).
Los vendía al precio de 0,50 pesetas por ejemplar, pero
estableció, con gran acierto comercial, unos importantes descuentos si el número
de peticiones se incrementa por demanda. Así, si se pedía un lote de 25 libros,
el precio por unidad salía a 0,40 pesetas, si el lote era de 100 ejemplares, a 0,35 pesetas por ejemplar, de 500 ejemplares
a 0,30 pesetas y un lote de 1.000 ejemplares, el precio por ejemplar sería de
0,25 ptas.
En la primera edición del “catecismo”,
los 10.000 ejemplares publicados se agotaron en tres semanas y la segunda
edición fue de 40.000. Por el buen resultado editorial, sus lectores le pidieron
que organizase este Partido Comunista de nuevo cuño, ya que a los cuatro meses
había recibido 12.000 demandas de afiliación. Su éxito preocupó a propios y extraños.
Aquel año el Partido Comunista pro-soviético, el de la Tercera Internacional, es
decir el ortodoxo, tenía sólo unos 5.000 militantes en toda España.
Ante la
avalancha de afiliaciones para entrar en el Partido Comunista, que llamó Libre,
Bergua
no sabe que hacer y, fue a pedir consejo a su amigo Pedro Rico, por entonces
alcalde de Madrid. Este político republicano, cachondo y buen vividor, a parte de ser un gourmet sibarita como pocos, y
un cobarde como muchos –huyó de Madrid durante la Guerra Civil ante la amenazada
de la entrada del ejército de Franco-, dice a Bergua que tenía dos opciones a seguir ante este dilema: fundar de
verdad un partido, con su secretariado, infraestructura, etc., dejar la
editorial y dedicarse como única actividad a la política o, no contestar a los
afiliados, retirar del mercado el “Catecismo
Comunista” y “a tener suerte". Y le advierte que Stalin, no quiere competencias y que ni la derecha, es
decir, los grandes terratenientes españoles, ni la Iglesia, tolerarían jamás que
le discutiesen sus privilegios con obras como esta del “Catecismo Comunista” o la “Salvación
Roja”. La profecía de don Pedro se había de cumplir al pie de la letra.
Bergua, fue encarcelado por las tropas franquistas, pudo exiliarse a Francia,
gracias a los augurios de su amigo el general Mola, y siempre fue maltratado
por la intelectualidad stalinista, que retiró y ocultó la importante obra de
este abogado madrileño, tanto la de escritor como la de editor.