jueves, 15 de marzo de 2012

Cuando el contenedor puede ensombrecer el contenido

Al desempolvar libros en el subsuelo descubrimos cómo los formatos impresos de siglos pasados reviven de nuevo con un valor propio de objetos por sí mismos. A parte del contenido del libro en sí, nos maravillamos de su continente, un activo estético y de la cuidadosa armonía de las ediciones de tiempo atrás. Muy a pesar nuestro, en estos casos parece que toma su máximo significado el aforismo de que el “El medio es el mensaje” la celebre aseveración de McLuhan.

Vemos una edición cualquiera del siglo XIX y nos maravilla su envoltorio y de la destreza estética derrollada en la edición. Una prueba es un librito titulado “Colosos”, de un tal E. Lesbeseilles, traducido por Cecilio Navarro, editado en el año 1885 por Biblioteca de Maravillas, y exquisitamente encuadernado, con tapas endurecidad de seda roja, grabada en negro azabache. La admiración hacia esta joya alcanza la excelencia cuando comprobamos los grabados que ilustran las páginas interiores del mismo, la mayoríaejecutados por los dibujantes franceses Lancelot y Goutwillier. Magníficos.

Después de más de 125 años, este ejemplar, es una muestra del buen trabajo realizado con él, tanto en encuadernación, como en calidad de impresión contenido. Y ante estas maravillas, por desgracia, casi nos olvidamos de su contenido literario. Nos asombran tanto la exquisitez de su tacto, el perfume de tiempo pasado, las excelentes ilustraciones, su consistencia, que nos olvidamos a veces de sus contenidos.

Porque lo mejor de todo, es que cuando empezamos a leerlo, descubrimos que si el envoltorio es bueno, mejor es el contingente, lo que dice el autor de estos “Colosos”. A lo largo de sus 314 páginas, el autor nos describe con rigor, acierto y pasión los colosos más significativos, esculturas monumentales y gigantescas, que han adornado nuestro planeta. Con un criterio artístico, etnológico, cultural y arqueológico que aún hoy día sorprende.












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