En muchas casas vetustas, ocupadas por jóvenes rebeldes, se encuentran abandonados en estanterías polvorientas multitud de libros góticos. “Góticos” en el sentido de libros propagandistas del antirracionalismo fomentado a mediados del siglo XIX y contrario a la ilustración que surgió en el iluminado Siglo de las Luces. No como "novela gótica", arrancada por Horace Walpole, Jan Potockin o Charles Maturin, sino como propaganda católica contraria a las ideas pecaminosas de su denostado XVIII, y que en el fondo reivindica un retorno a las esencias cristianas, como remedio al volteranismo que impregnó la inteligencia europea y americana del siglo XIX.
En una de estas casas ocupadas he
encontrado un librito, que bajo el formato de narrar pequeños relatos, describe
las halografías de los primeros eremitas, unos marginados críticos, surgidos
del caos social y emotivo que vivía el imperio romano en su vertiente oriental,
concretamente en al zona egipcia y cananea y que llenó de jóvenes airados los
desiertos de Tebas y Nubia durante el siglo IV, para dormir a la intemperie, querer ser pobres de solemnidad y vivir como ermitaños. Describe las historías de
muchos hijos de importantes patricios de
la Roma del Tíber, incluso de sus mujeres, hijas o sobrinas, que huyeron de la gran urbe, para perderse en
los desiertos soleados de la Tebaida egipcia o en los desolados parajes de la Transjordania, en un acto supremo de libertad individual.
Con un estilo y muy panagerista, -palabreja que me entusiasma usar y abusar en este blog de libros del subterráneo-, muy pedagógico, ya que son historietas contadas por una abuela a sus nietos, conocemos las vidas de San Pablo el primer 'Ermitaño', de San Antonio, el 'de los cerdos', de San Hilarion, de San Teodulo, de San Pacomio, de San Arsenio, de San Eutimio, de San Simeón el de la columna, o Estilita, de San Macario el 'Dichoso' y muchos más varones fanatizados por el Sol y la soledad, e incluso las vidas mís íntimas de mujeres que se dejaron arrastrar por esta borrachera mística, y abandonaron su confortable vida de patricias romanas, a sus esposos e hijos, como Santa Paula y su hija Eustaquia, o María Egipciaca, para adentrarse en la tinieblas luminosas del desierto.
Con un estilo y muy panagerista, -palabreja que me entusiasma usar y abusar en este blog de libros del subterráneo-, muy pedagógico, ya que son historietas contadas por una abuela a sus nietos, conocemos las vidas de San Pablo el primer 'Ermitaño', de San Antonio, el 'de los cerdos', de San Hilarion, de San Teodulo, de San Pacomio, de San Arsenio, de San Eutimio, de San Simeón el de la columna, o Estilita, de San Macario el 'Dichoso' y muchos más varones fanatizados por el Sol y la soledad, e incluso las vidas mís íntimas de mujeres que se dejaron arrastrar por esta borrachera mística, y abandonaron su confortable vida de patricias romanas, a sus esposos e hijos, como Santa Paula y su hija Eustaquia, o María Egipciaca, para adentrarse en la tinieblas luminosas del desierto.
El libro se llama “Sencillas
historias de los padres del desierto contadas por una abuela a sus nietos”,
aunque el editor lo simplificó con el nombre de Sencillas Historias de los
Padres del Desierto . El nuevo y más escueto título ya lo dice casi todo. Incluso podría espantar
a más de uno. Pero una vez te adentras en la narración descubres verdaderas guindas,
que sirven para evocar aquel mundo post-romano, y pre-cristiano que hervía en el
caluroso Egipto. Los relatos escritos por Francisco Navarro, un intelectual de
la vieja guardia católica de finales de siglo XIX, los conocidos como tradicionalistas ultramuntanos, y
que fue diputado en las Cortes de Madrid, dedica el libro a las carmelitas de Ocaña, seguidoras
de la feminista y andrógina Santa Teresa de Jesús, por sus virtudes y
angelicales costumbres, que según confiesa el autor, le hizo descubrir las grandezas de la vida
monástica.
Estos anacoretas debian de ser los indignados y antisistema de la epoca
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