miércoles, 28 de noviembre de 2012

Botánica oculta de Paracelso Perucho



El gusto por la botánica me la inculcó un excéntrico profesor de ciencias naturales que tuve durante mis años de bachiller. Se llamaba Soler y me abrió la curiosidad por el mundo científico y natural. Al igual que el profesor Llopis me lo abrió al mundo de la literatura y lo inmaterial, cuando quedé fascinado por los trovadores provenzales, los pícaros castellanos, los góticos romanticistas, y el mundo que reflejó un innombrable, en aquellos años de censuras y onanismos, César Arconada.

Por ello cuando cayó por primera vez un libro de Juan Perucho me fascinó. Me sonaba su nombre. Me era familiar por ser un escribidor de una revista llamada 'Destino', que cada semana comprábamos en casa. Era una época en la que no estaba muy bien vistas estas quimeras literarias, como las que relataba Perucho en sus escritos, ajenas al mundo real, a lo socialmente imperante, tal como correspondía en una sociedad en lucha contra el fascismo. Pero, a pesar de ello, me fascinaron las palabras entrelazadas de estos imaginarios, delirantes, escritos por este personaje, de nombre Juan (Joan supongo que le habría gustado firmar), de apellido Perucho, juez de profesión (cosa que me sorprendió más al saberlo) y escribidor de arte y cosas cotidianas en aquel semanario que nos abría cada jueves a la otra realidad cultural.

No debía tener yo ni quince años cuando leí por primera vez estos relatos. Me marearon y me impresionaron. Tanto fue así que este librito, ahora oculto y olvidado, siempre lo tengo en el recuerdo y lo he conservado como una reliquía de mi saber más oculto.

Se trata de una publicación de bolsillo (16,5 x 12 cm.) editada por 'Dirosa', en el año 1969, versión popular del libro que editó 'Taber' en el mismo año, pero  con 210 páginas, cubierta ilustrada de Joan Pedragosa, con dibujos, algunos a color, en el texto y de mayor tamaño (21,5 cm.). El que aquí enseñamos tiene 160 páginas, su única ilustración corresponde a la de la portada, pero tiene el encanto de su 'lectura a ciegas' de imágentes (sin 'santos' ni estampitas), lo que hace no necesaria ilustración alguna de estos mundos vegetales.

La verdad no se como debió llegar este libro a los estantes de casa de mis padres, pero gracias a él, desde entonces, siempre he tenido un religioso respeto a toda planta, como si de un ser especial se tratase.

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