viernes, 21 de diciembre de 2012

Una joya doble: Panaït Istrati + Helios Gómez



La producción editorial del libro popular y de gran consumo vivió un periodo de plenitud y creatividad desenfrenada durante el primer tercio del siglo XX en Barcelona. Contenidos literarios, eficazmente envueltos con dibujos excepcionales, sedujeron a multitud de lectores a adquirir estas publicaciones. El mérito de los ilustradores, no suficientemente valorados, incluso menospreciados en su momento de creatividad, conformaron y dieron la imagen y el gancho para el público lector devorara esta literatura puesta a su abasto, de forma barata y atractiva.


La mayoría de estas obras fueron escritas por auténticos colosos del mundo de las letras, que tuvieron éxito popular y mediático, pero tan efímero, que muchos al cabo de pocos años pasaron al olvido más vil y humillante. Y algo parecido pasó con los artistas que ilustraban estas obras para la industria editorial del momento.

Sorprende hoy día encontrar en el estante perdido, libros donde se conjuga de forma exquisita ilustración con contenido narrativo. Y sorprende más el hecho de que nos sorprendamos ante este arte deslumbrante de las cubiertas dibujadas que daban fuerza a las publicaciones de los autores editados. Admiro este periodo de simbiosis tan perfecta entre editores, escritores ilustradores.

Hoy he descubierto un libro, 'Las narraciones de Adrian Zograffi: Domnitza de Snagov', del cual no sé si he valorado más su ilustración de la cubierta, el fuerte contenido del mismo o el acierto del editor en reunir esta simbiosis.

Como se ve, juego con una cubierta, un grabado, del genial Helios Gómez. De él, ya conocía su talento, gracias al libro que se publicó en el año 1930 ‘De Boston a Barcelona, un periplo por el Atlántico’, de Enric Blanco, y que teníamos en el estante del pasillo. Del contenido literario de 'Las narraciones de Adrian Zograffi: Domnitza de Snagov', el largo título de este libro, decir que se trata de unas narraciones, escritas en 1926 en Niza, y editadas en 1929 por Editorial Lux en un alarde de valentía. Son unos relatos magníficos, díficiles, con toda la expresividad que los convierten en impresionantes. Fuertes, consecuentes, sinceros, que después de leerlos he quedado, francamente, anonadado. Brutales.

No tenía referencia,de este autor,  para mi desconocido, un tal  Panaiz Iszrazi, un rumano balcánico ,y que en occidente se le conoció como Panaït Istrati.


Pero cuando he leído esta serie de cuentos crueles –género menos preciado, pero quinta esencia de la prosa más dinámica, libre y creativa - y me he adentrado en la vida y obra de este escritor, no he tenido ninguna duda. Es un gigante y, creo, uno de los grandes defenestrados de la literatura universal, y por ello digno de ser reivindicado. Un olvidado, a pesar de su efímera popularidad en la década de los años treinta, precisamente cuando sus obras se tradujeron del francés al castellano, y conmovieron las conciencias de los lectores de la sociedad republicana española, y del que no hay justificación alguna para entender el ostracismo al que ha sido sometido.

Solo lo entendemos, si sabemos que este balcánico latino, tuvo vocación de nómada, de idealista, de hombre que no soportaba las injusticias, que cuando le vino la ocasión de ser vanagloriado, despreció los halagos, y no tuvo ningún inconveniente de ser sincero y denunciar lo que creía era injusto e inmoral con la dignidad del hombre y enfrentarse al poder que lo encumbraba.

A través de un grabado de Helios Gómez, he descubierto a todo un monstruo de la literatura europea del primer tercio del siglo XX. Como les pasó, supongo, lo mismo con muchos de sus coetáneos.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Botánica oculta de Paracelso Perucho



El gusto por la botánica me la inculcó un excéntrico profesor de ciencias naturales que tuve durante mis años de bachiller. Se llamaba Soler y me abrió la curiosidad por el mundo científico y natural. Al igual que el profesor Llopis me lo abrió al mundo de la literatura y lo inmaterial, cuando quedé fascinado por los trovadores provenzales, los pícaros castellanos, los góticos romanticistas, y el mundo que reflejó un innombrable, en aquellos años de censuras y onanismos, César Arconada.

Por ello cuando cayó por primera vez un libro de Juan Perucho me fascinó. Me sonaba su nombre. Me era familiar por ser un escribidor de una revista llamada 'Destino', que cada semana comprábamos en casa. Era una época en la que no estaba muy bien vistas estas quimeras literarias, como las que relataba Perucho en sus escritos, ajenas al mundo real, a lo socialmente imperante, tal como correspondía en una sociedad en lucha contra el fascismo. Pero, a pesar de ello, me fascinaron las palabras entrelazadas de estos imaginarios, delirantes, escritos por este personaje, de nombre Juan (Joan supongo que le habría gustado firmar), de apellido Perucho, juez de profesión (cosa que me sorprendió más al saberlo) y escribidor de arte y cosas cotidianas en aquel semanario que nos abría cada jueves a la otra realidad cultural.

No debía tener yo ni quince años cuando leí por primera vez estos relatos. Me marearon y me impresionaron. Tanto fue así que este librito, ahora oculto y olvidado, siempre lo tengo en el recuerdo y lo he conservado como una reliquía de mi saber más oculto.

Se trata de una publicación de bolsillo (16,5 x 12 cm.) editada por 'Dirosa', en el año 1969, versión popular del libro que editó 'Taber' en el mismo año, pero  con 210 páginas, cubierta ilustrada de Joan Pedragosa, con dibujos, algunos a color, en el texto y de mayor tamaño (21,5 cm.). El que aquí enseñamos tiene 160 páginas, su única ilustración corresponde a la de la portada, pero tiene el encanto de su 'lectura a ciegas' de imágentes (sin 'santos' ni estampitas), lo que hace no necesaria ilustración alguna de estos mundos vegetales.

La verdad no se como debió llegar este libro a los estantes de casa de mis padres, pero gracias a él, desde entonces, siempre he tenido un religioso respeto a toda planta, como si de un ser especial se tratase.

martes, 30 de octubre de 2012

lunes, 24 de septiembre de 2012

Los misterios de la Inquisición



En la campaña de descrédito a la Inquisición española, fomentada por los intelectuales occidentales a lo largo del siglo XIX he descubierto este libro escrito por un enigmático y desconocido M.V. de Fereal. Un folletín, didáctico y popular, con moraleja incluida, que ilustra con una prosa postromántica los entresijos de la Inquisición española, actuando  en la ciudad de Sevilla, en pleno reinado del emperador Carlos V,  contra un grupo de mujeres que no hacían otra cosa que vivir de forma candorosa en una sociedad marcada por el oscurantismo. Un novelón folletinesco, típico de la época, editado por la popular editorial barcelonesa Casa Maucci.

Parece un libro de encargo, escrito posiblemente por un ‘negro’ al servicio del editor italo-español Emanuele Maucci, personaje establecido en Barcelona en 1892, después de haber aprendido el oficio de impresor en Paraguay, Buenos Aires y México y que fundó una editorial con una doble intencionallidad aparentemente contradictoria: difundir las ideas del progreso decimonónico y las del esoterismo de las grandes ciencias ocultas, por medio de la cultura de consumo. Pero no. Este folletín se debe a la fantasía de una escritora austro-húngara, de nombre Irene de Suberwick, que utilizaba el seudónimo de Viktor von Féréal (traducido al español Víctor de Fereal), que usaba el francés como lengua literaria y era la amante de un militar liberal español que desmontó, hacia 1840, a una banda de criminales organizados, conocida con el nombre de la Garduña, y cuyos orígenes son descritos en este relato.

Casa Maucci editó durante 40 años (1892-1936) obras basadas en criterios liberales y de 'progreso', a través de traducciones de escritores de procedencia francesa, de literatos surgidos de los países hispanoamericanos, sobre todo de poetas no reconocidos por la cultura oficial hispana y apoyó a novelistas españoles, enmascarados folletineros, que se escondían bajo el seudónimo para firmar sus panfletos y cobrar míseramente su producción escrita.

Misterios de la Inquisición de España’, es una verdadera joya, tremendista, sarcástica, moralista, con un tinte anti-conservador, muy al gusto de lo que muchos lectores de la época pedían y querían leer sobre la denostada inquisición española, de sus culpas y atrocidades cometidas. Dar continuidad a la inefable Leyenda Negra anti-española, en definitiva... Era un tema de 'moda en aquellas décadas. Aunque la edición que presentamos en este artículo es la del año 1900, esta novela fue editada por primera vez en España en el año 1869, tras la Revolución que destronó a Isabel II. Entonces, Juan Pons, librero barcelonés, fue el impresor de este novelón, que reeditó con soberbios dibujos de Eusebio Planas en cuatro ediciones consecutivas de gran éxito. A finales de siglo, el oportunista Manuel Maucci logró traducir de nuevo la obra y reeditarla con nuevos grabados, que quedaron retenidos en la memoria colectiva de las clases populares a lo largo del siglo XX.

Como dice la misteriosa autora al final dela novela, y a modo de moraleja, cuando tranquiliza a sus lectores al recordarles que por suerte, en España, desde 1821 no existe la Inquisición, señala, advirtiéndoles: “…con todo, los inquisidores han dejado muchos sucesores de sus mostruosas doctrinas, sacerdotes fanáticos, aventureros soldados a la fe, ardientes familiares de la Santa Sede, feroces genízaros del Papa, que quieren gobernarlo e invadirlo todo en nombre de la religión (…). Pero se encontrarán felizmente hombres prontos a sacrificarlo todo para quitarles (a los neo-inquisidores) su infame máscara.”

¡Cuanta razón tenía la misteriosa dama literata! [aplicable a otras religiones y demás demagogias políticas 'monoteistas']




viernes, 31 de agosto de 2012

‘Prosodia’ de Emanuel Alvarez



Estaba perdido en la ‘biblio’ del caserón de ‘veraneo’ de mi abuelo. Lo he rescatado por casualidad. Creo que es el más viejo que tenía el ‘viejo’ en su desordenada biblioteca. Desconozco como debió llegar allí este librito, ni como lo consiguió. Nunca tuvimos oportunidad de comentarlo. No sé por qué lo tenía. Pero estaba allí, estrujado entre dos tomos de Descartes. Como si quisiera estar protegido, en su paso por el tiempo, dentro de la razón cartesiana.

Es un librito de pedagogía. Se llama ‘Prosodia’. Una reliquia. No por lo que dice, ni por su contenido, sino por el cómo se ha conservado. Su autor debió ser un maestro de gramática parda, un tal Emanuel Alvarez. Tocayo del fotógrafo mexicano que vivió con Eisenstein y Buñuel, en sus éxodos americanos. Pero no. Es de  un jesuita portugués, nacido en la isla de Madeira, al servicio jesuítico del imperio español de los Austrias. Un rescate que realizo, no por el contenido del libro, muy académico, escolar y pedagógico, sino -como digo-, por el valor bibliográfico que representa. Está impreso por la Universidad de Cervera, por un tal Manuel Ibarra, lo que me hace pensar que debió ser publicado durante los primeros años del siglo XVIII, cuando los Borbones se entrometieron en España.


jueves, 23 de agosto de 2012

El libro caligráfico de José Osés



Hemos encontrado un libro en el subsuelo más profundo.  Se titula ‘Grandezas de la Vida Humana’. Nos ha sorprendido, por lo inaudito que representaría hoy un libro de esta clase y suponemos que también sorprendió en su época. Anacrónico y algo ultramontano, revela la paranoica obsesión de su autor por la conservación de lo más trasnochado.

Se trata de la obra de un oscuro maestro nacional de las escuelas de Barcelona de comienzos del siglo XX. Su nombre José Osés Larumbe, un enquistado pedagogo que se puso en contra de todo el ‘staus quo’ de la ciudadanía barcelonesa de su época, progresista, liberal, libertaria, cosmopolita y que cuando se instauró en el año 1932 el Estatuto Republicano de Catalunya se atrevió a decir que ‘La nación catalana no ha existido nunca’, y publicó un libelo defendiendo esta tesis. No vamos a hablar de ese folletón, de unas 35 paginas, sino del libro que hizo como maestro y pedagogo, para la lectura de los alumnos que cursaban los entonces “grados cuarto y sucesivos”.

En su convencimiento de que los alumnos tenían que aprender a leer en cualquier tipo de tipografía, elaboró un libro, verdaderamente excéntrico, editado por una imprenta con sede en la calle Fernando, numero 43 de Barcelona, la Imp. Hijo de Roca y Bros, de textos para lectura, escrito con letra manuscrita. La temática de los textos es de lo más variado, el propio autor dice que “son textos enciclopédicos y amenos, para estimular el intelecto al posible alumno lector”.

Dejando a parte su contenido ideológico, hoy veo esta publicación como un auténtico testimonio de la caligrafía al uso en tiempos pasados y que vale la pena recrearse. Es un libro de “caligrafía editada”. Una reminiscencia de lo que es “el arte de escribir con letra bella y correctamente ejecutada”, tal como define el Diccionario de la Real Academia Española.

En el libro vemos y podemos analizar el carácter de este ‘escribidor’ empleando a voluntad  las distintas variantes de caligrafía latina, desde la gótica más clásica como la textura, a la rotunda, la bastarda, la itálica, la redondilla inglesa, o la cursiva española.

Por descontado este personaje tuvo en su contra a toda la inteligencia del ámbito de la enseñanza del momento, desde sus colegas más integrados con el sistema educacional de la época, a los más contestatarios y transgresores de los métodos de enseñanza, en una ciudad donde se experimentaron muchos y variados sistemas de Educación.

Un retrogrado que vale la pena conocer. Si no más, para comprobar como se escribía con pluma o lápiz carboncillo, sobre un trozo de papel. Es decir, caligráficamente. Un arte que en Occidente se está perdiendo. Escribir bellamente letra sobre letra puede hoy resultar anticuado, cuando la tecnología del teclado se ha impuesto en toda la enseñanza. Pero sin duda, queda como una expresión artística y de disciplina creativa. Aunque muchos crean que pensar en ello es anacrónico. 



lunes, 30 de julio de 2012

Cisne envidiado, diablo engañado






La moral tradicional tuvo una edad de oro con una pléyade de brillantes panegiristas católicos a principios del siglo XX.

Esta visión pedagógica para encauzar comportamientos humanos, dar carácter a las personas, ennoblecer las virtudes de las gentes y los pueblos se ha desmoronado ante el relativismo actual.

Hoy he descubierto este librito que entronca con la tradición más positiva y cristiana de la Catalunya de principios del siglo XX. Seguidora de la moral balmesiana, e impregnada por el estilo marcado por obispos como Josep Torres i Bages o su antecesor, Josep Morgadas, ambos guías espirituales de la zona de Vic, y donde este último llegó a ser obispo de Barcelona, o de los valencianos Joan Lagarda y el 'obispo viudo' Enric Reig, ambos obispos de Barcelona en los caleidoscópicos años del primer tercio del siglo XX, una ciudad referencia de  anarquistas, pistoleros, burgueses, artistas, bohemios, juego, prostitución, industriales, comerciantes y portuarios.

Todos estos eclesiásticos apostaron por proyectar la moral cristiana entre las descreídas capas del pueblo de la sociedad y optaron por difundir una moral natural, abierta, evitando confrontaciones con otras moralidades, también positivas de la época.

Producto de esta pedagogía propagandística es este librito escrito por el sacerdote, organista y rimólogo de Manlleu (Vic), Joan Punti i Collell, en el año 1929, donde lo verdaderamente impresionante de esta publicación no lo es tanto el texto literario, sermonón  y aburrido, un poco pesado y rutilante, si no los dibujos que acompañan a estas moralejas, que sintetizan en cuatro viñetas todo el discurso moral del eclesiástico.

De  un valor expresivo y artístico formidable, las fabulosas ilustraciones que realizó el dibujante Joan García Junceda, dan fuerza, por si solas a la moralina servida por el autor de estas ‘Faules i Moralitats’ (Fabulas y Moralejas). Un libro donde casi sobra la literatura y que se sostiene por la maravillosa ilustración de un artista genial y único.




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LA EDICION ORIGINAL DE 1930: EL PRIMER VOLUMEN DE LA COL·LECIÓ ROSELLES

La primera edición de este libro de moralejas se publicó en el año 1930, obteniendo su 'nihil obstat' episcopal por el censor Joan Tusquets Terrats - no podía ser menos en un libro de marcado cariz católico-, en diciembre del año 1929.

Estaba integrado en la colección "Roselles", editada por la Editorial Balmes, en su linea Foment de la Pietat. Enseñamos detalles de esta primera edición del librito.

sábado, 9 de junio de 2012

Con un trío de escritores nada subterráneos

Julio Murillo, junto con Angel Joaniquet

He coincidido esta semana de forma casual con tres escritores a los que admiro desde que les leí su primer libro. Ha sido en  la presentación de la novela El club de los filósofos asesinos, del publicista y periodista Julio Murillo, que acaba de editar, un relato pasado por el barniz del género negro, de ‘thriller’ francés, o mejor dicho de ‘roman noir’, ambientado en París, surgido de la indignación, y publicado en un momento de cabreo generalizado, tanto del propio escritor, como  por la sociedad sumida en la postración más resignada.

A Murillo lo descubrí cuando leí  su libro Shangri-La. De esto hará cuatro  años. Pero lo más cachondo de dicha presentación es que allí  encontré, a parte del escritor por el que se hacia el acto del libro, a otros dos escritores que no esperaba verlos allí, y a los que admiro desde hace tiempo. Allí estaban José Luís Múñoz, al que leí por primera vez en un lejano año de 1988, cuando me cayó su novela Barcelona Negra, una auténtica narración de libro subterráneo amarillo, a pesar de que en su momento ganara el premio literario Azorín de novela, auspiciado por la Diputación de Alicante, y a Angel Joaniquet, al que tengo un sumo respeto por sus escritos sobre piratería y temas marítimos, al que descubrí hace diez años , cuando publicó su libro en catalán Pirates i Corsaris, y con el que mantengo un feeling especial desde que nos pusimos en contacto y me permitió subir algunas de sus obras en este blog.

A ambos, sinceramente,  no esperaba encontrarlos en este acto. Pero allí estaban.  Uno [José Luís Múñoz] como presentador y como padrino  del autor y de la obra que se daba a conocer (El club de los filósofos asesinos), el otro [Angel Joaniquet], por ser amigo desde la adolescencia del autor Julio Murillo, y compañero suyo de universidad, -por lo que me dijeron-, cuando ambos estudiaban Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Me conmovió el encuentro, verdaderamente casual, ya que nunca pensé que este triángulo de escritores, a quienes venero,  podría verlos y autorelacionarlos en un mismo espacio y en un mismo tiempo, recreado para dar a conocer  un libro recién editado: El club de los filósofos asesinos.

Para inmortalizar el encuentro  de estos amigos, casi desde la infancia, les hice una foto para la eternidad.

La portada del libro presentado, editado por MR

Un momento de la presentación de la novela El club de los filósofos asesinos

Primera novela que leí de Múñoz en el año 88

Primera edición del libro que editó Jucar Ediciones y  Paco Ignacio Taibo II